domingo, 18 de febrero de 2007

La brecha digital II: sobre la modernización de la administración pública


El otro día recibí un correo (en papel) de mi banco en el que me informaban que me habían retenido cierto importe debido a una providencia de apremio del Ayuntamiento de Madrid.

Me quedé pensando… ¿qué será esto, una multa? No me han multado, que yo sepa… ¿Serán las nuevas cámaras de la M-30 que todo el mundo sabe dónde están salvo algún despiste? Al cabo de dos semanas me llega por fin algo más de información: el apremio es por el pago de la contribución de un apartamento ¡que vendí hace quince años! ¿?

Me indican en el documento que para cualquier consulta hable con la agencia tributaria, con la sección de catastro. Llamo por teléfono y me atienden muy amablemente, explicándome que para resolver el problema debo pedir cita previa (caramba, qué nivel) y visitarles llevando la escritura de venta del inmueble. “Si quiere le doy cita previa para la semana que viene, porque para esta ya no hay”.

Hasta aquí todo bien, con la salvedad ya obvia en cualquier asunto relacionado con el estado de que es el ciudadano quien tiene que perder su (de él) tiempo para resolver su (de ellos) error.

Bueno, por lo menos dan cita previa, no tendré que esperar una cola en una ventanilla, como antes. Imagino un pasillo blanco con despachos con plantas en los que uno recibe atención personalizada, qué menos después de hacerme perder el tiempo.

Un día antes de la cita me ejecutan, es decir, retiran de mi cuenta bancaria el importe retenido previamente.

El día de la cita me presento en la agencia tributaria, sección catastro, con mis papeles. Afortunadamente es zona verde, de modo que abono mi ticket y dispongo de una hora máximo para el trámite.

Entro con mis papeles y me dirijo al mostrador de información. “Buenos, días, tengo cita previa para las 10:30”.

Y aquí encontramos la brecha.

Sorprendentemente, la señorita de información, con toda naturalidad, ME DA UNA PAPELETA CON UN NÚMERO, y me dice, “espere usted ahí hasta que salga su número”.

Obediente, me siento y estudio la situación. De despachos nada. No hay despachos. Es más, mi papeleta pone la mesa 30 y en el marcador electrónico que anuncia la(s) mesa(s) sólo hay una mesa: la 30. Curioso procedimiento digno de los extorsionadores del señor K.

En realidad no espero más de diez minutos hasta que sale mi número en la mesa 30. Bueno, más bien salen ¿6 números? ¿Cómo de grande es la mesa 30?

La respuesta es que no hay mesa 30. Lo que hay es todo un área del recinto separada por biombos con muchas mesas. Las seis personas que hemos sido avisadas entramos juntas en el pasillo central de dicha área, algo perplejas, y una funcionaria nos dice: “siéntense ahí a esperar”. O sea, una espera dentro de la espera dentro de la espera. Por suerte todas ellas cortas.

Y aquí llegamos al colmo de la brecha digital. El trabajo de la funcionaria consiste en otear todas las mesas del recinto –unas 30, a lo mejor de ahí viene lo de “mesa 30”, es decir “30 mesas”– para determinar en el más puro estilo manual cuál de ellas está libre. Cuando una queda libre, indica a uno de los qué esperamos (ignoro el criterio) “pase ahí”. Obviamente no nos pide la papeleta de “mesa 30”.

La verdad es que me atienden muy amablemente (en esto no tengo quejas) y modifican el catastro para que quede constancia de que el apartamento no me pertenece desde hace 15 años, y me entrega un justificante de ello.

–Con este justificante –me dice–, ya puede ir a la junta municipal correspondiente para reclamar que le devuelvan el dinero.

Todavía no he ido.

PD. Unos días antes de la publicación de este artículo, Hacienda (que somos todos) me ha enviado una rectificación de declaración de IRPF en la que me reclama que he pagado de menos porque no he declarado la posesión del Inmueble1. No me dicen cuál es el tal Inmueble1, pero ¿a que ya se están ustedes imaginando?


Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/2/2006