viernes, 16 de febrero de 2007

Sobre el hombre nuevo


Esto a lo largo de la historia de la evolución biológica debió pasar muchas veces: en un momento determinado, surge un nuevo rasgo, digamos la capacidad para percibir la luz. Para el individuo que la posee es algo evidente, natural: desde que nació ha sido capaz de detectar, por las sombras que proyectan, a los individuos que le rodean, esos -tan parecidos a él- que palpan torpemente el espacio circundante. Su nuevo rasgo (que poco a poco se expandirá en las nuevas generaciones) produce una brecha insalvable que escinde la especie en dos grupos que no se comprenden: el grupo originario, con su percepción táctil, observa individuos muy parecidos a los de su propio grupo que actúan de modo muy extraño, como dirigidos por un propósito oculto. Sorprendentemente algo similar ocurre con los individuos con el nuevo rasgo: la carencia de éste se manifiesta como un comportamiento incomprensible (¿por qué este individuo no responde a mis señales luminosas?)

Pensemos en lo que pudo pasar al aparecer el lenguaje o la inteligencia, justo en el sutil cambio que diferencia el "ser" del "no ser". Los "sin lenguaje" observarían atónitos que algunos semejantes se coordinaban sorprendentemente, colaboraban. Los "hombres nuevos" no podrían comprender por qué algunos semejantes no respondían a sus signos lingüísticos (cuánto más dramático para el mutante, el primero de estos "hombres nuevos", cuánta su soledad...)

Y quizá, tras la incomprensión mutua, la hostilidad, la guerra, o la simple extinción del débil, sea este el hombre nuevo o el antiguo.

¿Pero, qué pasaría si un rasgo nuevo tan trascendental como lo fue el lenguaje apareciera aquí y ahora, algo que no implicara una mejora en las facultades cognitivas que ya poseemos -como en su día el lenguaje no implicó una mejora en la habilidad motora o visual-, sino una facultad nueva, o incluso que el nuevo rasgo fuera en detrimento de una capacidad ya existente, por ejemplo el propio lenguaje?

Pongamos un ejemplo. Supongamos que cierta mutación produce tras varias generaciones una raza de telépatas. Posiblemente, entre otras consecuencias, la capacidad lingüística de los telépatas se verá mermada, desde el momento en que no necesitan una habilidad especial para comunicarse con total efectividad. (Tal raza de telépatas bien podría suscribirse a lo que se ha dado en llamar "poesía de la experiencia", a saber: son individuos superiores, bien dotados para la vida y perfectamente adaptados al medio literario a pesar de estar escasamente dotados para el lenguaje).

¿Y si el hombre nuevo fuera consciente de su débil posición, a pesar de su nuevo rasgo (o precisamente por él) en un mundo xenófobo y conservador, habiendo descubierto su don antes que los demás?

¿No se ocultaría en las sombras, es decir, en su parecido con los hombres, buscando semejantes, estableciendo vínculos, aguardando?

.....

¿Estáis ahí?


Publicado originariamente en la Revista Poética Almacén el 1/2/2002