martes, 27 de febrero de 2007

Un sueño lúcido v3


Cuando ella murió, el mundo se convirtió en otra cosa. Todo significado cambió. Todo se cubrió de una pátina cenicienta de humo sólido y pesado que le robaba toda su energía. Cuando ella murió las sensaciones quedaron bloqueadas, la luz se coaguló. Los planetas siguieron rotando a duras penas. Y él siguió viviendo una extraña vida sin contenidos.

Un día pasó casualmente ante un establecimiento que anunciaba “Sueños Lúcidos”, y él, sumido en su mundo gris sin razonamientos ni sensaciones, no pudo cuestionarse la irracionalidad de su gesto. Leyó bajo el cartel: “El sueño lúcido consiste en la percepción consciente de uno mismo mientras duerme, resultando en una experiencia mucho más clara y en ocasiones permitiendo el control directo del contenido del sueño, proporcionando un mundo realista a su servicio”.

Entró. Siguió un cursillo de sueño lúcido que en unos meses le permitió controlar sus sueños, y a partir de ahí recuperó su mundo. Cada noche volvió con ella y todo fue como antes.

La vigilia quedó circunscrita a sus ocho horas de trabajo remunerado. De regreso a casa dormía... Dormía y soñaba. Al principio se conformó con soñar que todo era como antes: salir de cena, ir al cine y relatar los sucesos cotidianos. Luego descubrió que podían cenar los más fantásticos manjares en cualquier lugar del mundo, asistir a los banquetes de Las Mil y Una Noches, ver en el cine películas como jamás se han rodado ni se rodarán.

Sus días (más bien sus noches) se convirtieron en un largo peregrinaje por países y culturas, al principio reales, luego inventados. Llegó a ser, en secreto, el mayor maestro mundial del sueño lúcido, consiguiendo gestionar las maravillas que visitaba sin suprimir la riqueza del libre albedrío. Visitó planetas, galaxias enteras, conoció mundos y culturas inimaginables... Y todo esto con ella, siempre a su lado.

Descubrió un día que ella, sin dejar de ser ella misma, podía ser otras. Consiguió cambiar su aspecto a voluntad sin remordimientos, con la plena conciencia de que intelectualmente y en todo su ser siempre era ella. Los cambios físicos son banales, lo fundamental es la mente. La amó cientos de veces en diferentes cuerpos, en distintos países, en diferentes mundos.

Y vivió largos años, durmiendo quince horas diarias, ayudándose de fármacos. Sólo despertaba para ir al trabajo; era un pago pequeño y simple para su felicidad.

Pero un día, quizá ultrajada, reducida y encarcelada en ese mundo extraño y profundamente ajeno, ella se fue. Por más que lo intentó no pudo devolverla a su sueño lúcido. Su sueño se había convertido en otra cosa. Todo significado cambió. Todo se cubrió de una pátina irreal de humo sólido. Las sensaciones se vieron bloqueadas, la luz se coaguló. Los planetas siguieron rotando a duras penas. No volvió a encontrarla. Gastó sus últimas energías en vagar por las calles sin rumbo.

Casualmente pasó ante un establecimiento que anunciaba “Sueños Lúcidos”, y él, sumido en su propio sueño gris sin razonamientos ni sensaciones, no pudo cuestionarse la irracionalidad de su gesto. Entró.