Un sueño lúcido v2 (con Marcos Taracido)
Cuando ella murió, el mundo se convirtió en otra cosa. Todo significado cambió. Todo se cubrió de una pátina cenicienta de humo sólido y pesado que le robaba toda su energía. Cuando ella murió las sensaciones quedaron bloqueadas, la luz se coaguló. Los planetas siguieron rotando a duras penas. Y él siguió viviendo una extraña vida sin contenidos.
Un día pasó casualmente ante un establecimiento que anunciaba “Sueños Lúcidos”, y él, sumido en su mundo gris sin razonamientos ni sensaciones, no pudo cuestionarse la irracionalidad de su gesto. Leyó bajo el cartel: “El sueño lúcido consiste en la percepción consciente de uno mismo mientras duerme, resultando en una experiencia mucho más clara y en ocasiones permitiendo el control directo del contenido del sueño, proporcionando un mundo realista a su servicio”.
Entró. Siguió un cursillo de sueño lúcido que en unos meses le permitió controlar sus sueños, y a partir de ahí recuperó su mundo. Cada noche volvió con ella y todo fue como antes.
La vigilia quedó circunscrita a sus ocho horas de trabajo remunerado. De regreso a casa dormía... Dormía y soñaba. Al principio se conformó con soñar que todo era como antes: salir de cena, ir al cine y relatar los sucesos cotidianos. Luego descubrió que podían cenar los más fantásticos manjares en cualquier lugar del mundo, asistir a los banquetes de Las Mil y Una Noches, ver en el cine películas como jamás se han rodado ni se rodarán.
Sus días (más bien sus noches) se convirtieron en un largo peregrinaje por países y culturas, al principio reales, luego inventados. Llegó a ser, en secreto, el mayor maestro mundial del sueño lúcido, consiguiendo gestionar las maravillas que visitaba sin suprimir la riqueza del libre albedrío. Visitó planetas, galaxias enteras, conoció mundos y culturas inimaginables... Y todo esto con ella, siempre a su lado.
Descubrió un día que ella, sin dejar de ser ella misma, podía ser otras. Consiguió cambiar su aspecto a voluntad sin remordimientos, con la plena conciencia de que intelectualmente y en todo su ser siempre era ella. Los cambios físicos son banales, lo fundamental es la mente. La amó cientos de veces en diferentes cuerpos, en distintos países, en diferentes mundos.
Y vivió largos años, durmiendo quince horas diarias, ayudándose de fármacos. Sólo despertaba para ir al trabajo; era un pago pequeño y simple para su felicidad.
Una mañana, ya blanco el cabello y lento el cuerpo, tras hervir una noche en el castillo de Sade, al despertar ella dormía a su lado. Guardaba todavía moratones en las nalgas y un olor rancio en todo el cuerpo, pero él ya no pudo constatar si eran restos de la orgía o el naufragio del cuerpo, porque su amada había viajado con el tiempo por sus sueños lúcidos y era ahora una vieja destartalada y seca. Ya no volvió a los sueños, y murió poco después, con el horror de despreciar a la mujer que había soñado.