viernes, 27 de septiembre de 2013

El gran problema de la innovación


En esta columna hemos elogiado en muchas ocasiones a los procesos de innovación. Hemos hablado de su capacidad transformadora del mundo en que vivimos y de la dificultad de llevarla a cabo en un contexto económico no siempre favorable. Incluso de las limitaciones de la mente humana para crear nuevos conceptos rompedores y en la frecuencia con que se imita o incluso descaradamente se copia en lugar de innovar.
Pero hoy vamos a hablar del conservadurismo. No precisamente del político, sino del conservadurismo personal (aunque algo deberían tener que ver). Este conservadurismo de las personas incide especialmente en el campo de los interfaces de usuario. Podríamos decir que una mejora en ergonomía sobre un interfaz de usuario tiene una probabilidad de éxito inversamente proporcional al tiempo necesario para aprender el nuevo interfaz. Así, es relativamente sencillo pasar de conducir un coche de cambio manual a uno de cambio automático, pero a la inversa es mucho más complicado, como bien saben los norteamericanos que vienen a vivir a Europa. Podría argumentarse que esto sucede porque el cambio automático es más ergonómico que en cambio manual, y seguramente es cierto. Pero, ¿es siempre así?
La distribución de letras en un teclado típico occidental se denomina Qwerty, y recibe este nombre por la concatenación de las seis primeras letras comenzando arriba a la izquierda. Esta distribución no se debe a criterios ergonómicos –es decir, de facilidad para el humano al teclear, ni siquiera de velocidad–. De hecho las primeras máquinas de escribir utilizaban una ordenación alfabética, sin duda mucho más fácil de aprender. El problema era técnico. Con una ordenación alfabética, las varillas de las máquinas de escribir se atascaban al teclear a mucha velocidad.
August Dvorak patentó una nueva distribución de teclado, denominada Dvorak Simplified Keyboard (DSK) en 1936, utilizando para ello un estudio ergonómico que sugería una mayor velocidad de escritura y una mejor distribución de trabajo entre las dos manos, intentando responder a los problemas achacados tradicionalmente al Querty.
Pero una vez desaparece el problema técnico de la impresión con varillas, cuando se popularizan los ordenadores, el teclado Querty se mantiene. ¿Por qué? Es obvio: el esfuerzo de aprender una nueva distribución de teclado es demasiado grande.
Independientemente de si el Dvorak es mejor o no que el Qwerty (el debate sigue abierto, aunque el récord mundial lo tiene una mecanógrafa con usando Dvorak) está claro que una distribución originada en el problema de “que no choquen las varillas” tiene que ser ergonómicamente mejorable. Pero la cuestión es si esa innovación sería aceptada por los usuarios acostumbrados a manejar un Qwerty.
¿Y qué hay de los nuevos usuarios? Todos hemos vivido la penalidad de aprender dónde se encuentran las teclas. Ese esfuerzo de “la primera vez” no es especialmente liviano en el teclado Querty, y sí que lo sería en la configuración alfabética. Incluso en el Dvorak es menor cuando no se sabe ya el Querty. Por eso muchas veces el punto de ruptura tecnológico está en las nuevas generaciones.
Bajo esta óptica podemos analizar muchos fenómenos socio-tecnológicos que parecen sorprendentes a primera vista. Neal Stephenson, en “En el principio fue la línea de comandos” crea una divertidísima analogía entre los sistemas operativos de los ordenadores y diversos tipos de vehículos, y se sorprende que la gente pague por los “monovolúmenes” con los que representa a Windows más que por los “deportivos” de Apple. Pero lo que más le sorprende es que hay una tienda donde regalan tanques ¡y nadie los quiere! Se refiere obviamente a Linux.
Un amigo ha migrado recientemente a Ubuntu y se sorprende de lo sencillo que es y de lo bien que funciona. Pero ha tenido que cambiar muchos conceptos pre-aprendidos, como por ejemplo cómo se instalan nuevos programas. No sale de su asombro al haber descubierto que la instalación típica de un programa en Ubuntu, y en casi cualquier Linux actual, consiste en marcar una casilla indicando que se quiere usar ese programa. El sistema hace el resto, incluso descargárselo de Internet. Más ergonómico, sin duda, pero tardó varios días en comprenderlo. Su mente estaba “deformada” por un procedimiento menos ergonómico, como sucede con el teclado Qwerty. Otra pregunta típica, esta vez de los usuarios que migran a Mac desde Windows, es ¿y cómo se desinstala un programa? Y es que se han acostumbrado al absurdo concepto de “desinstalar”. En Mac un programa se borra, es decir, se tira a la papelera y listo.
Cosas tan triviales y tan arbitrarias como el botón de inicio de Windows, desde el que se ejecutan las aplicaciones, hacen que los usuarios se vean incapaces de encontrar dónde están los programas en otros sistemas, y eso automáticamente genera rechazo. Además nadie admite “no encuentro las cosas”, sino que se inventan mil críticas al nuevo sistema. Seguramente es también lo que hace que los usuarios prefieran KDE a Gnome en Linux: KDE es “más parecido”, de hecho es una copia en lo referente a la ergonomía, del botón de inicio de Windows: así encuentran las cosas con mayor facilidad en un primer contacto con el sistema.
La conclusión es que es muy difícil luchar contra lo que la gente ya conoce, por malo que sea. Así pues, ¿dónde queda la innovación? Creo que en dos lugares: en cierta categoría de usuarios especialmente dados a aprender cosas nuevas (los denominadosearly adopters tecnológicos) y, sobre todo, en las nuevas generaciones, puesto que tienen que aprender todo desde cero.
Referencias
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/2/2010.