viernes, 27 de septiembre de 2013

Sin embargo, hay algo


Los ignorantes en el uso de la red (de nuevo me vienen a la mente los políticos, no sé por qué, esto empieza a parecer enfermizo) opinan que la Web es un cúmulo de falsedades y peligros. Un lugar en el que cada uno dice lo que le parece y en el que es imposible orientarse ni fiarse de nada, porque lo que aquí hay no tiene ningún valor.
Así se atreven incluso a despreciar esfuerzos como el de la wikipedia, y no digamos ya los blogs o los foros, que conciben como una herramienta panfletaria que los chicos jóvenes de sus respectivos partidos deben moldear según su catecismo ideológico.
Sin embargo, para la persona instruida en el uso de la Web es relativamente evidente cuándo algo merece atención y cuando no. Hace un año, un estudiante de secundaria participante en el programa investiga publicó en un foro, en el que se hablaba de las tres leyes de la robótica de Asimov, que más tarde Asimov introdujo una cuarta ley, la ley 0, que decía «Un robot no puede tener relaciones sexuales con un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano obtenga placer sexual de un robot». El chico de secundaria se lo tragó, y así un político de turno apuntaría que la red es la culpable de la deformación de la realidad. No sólo el chico se lo tragó, sino que nadie en el foro dijo: ¡pero bueno, cómo has podido tragarte eso!
Efectivamente, la realidad siempre está deformada por el que la cuenta, sean medios de comunicación, compañeros de trabajo o el vecino del quinto, y lo que hay que fomentar en los estudiantes es el desarrollo de criterios de validación de los hechos.
Una pregunta que me vengo haciendo hace tiempo es ¿cuáles son esos criterios? ¿Por qué a una persona con formación le saltan todas las alarmas cuando lee la falsa ley 0 de la robótica o cuando lee el poema de despedida escrito por García Márquez?
Ésta última, por cierto, la difundió por correo electrónico una profesora de universidad hace algunos años. Yo quedé perplejo y busqué la respuesta del propio García Márquez:
Quizá el criterio se apoya en eso que llamamos cultura, el conocimiento de otras cosas al margen de la afirmación, como por ejemplo haber leído a García Márquez y darse cuenta de que el poema era de una calidad pésima.
Una de las mayores fuentes de confusión en la red (y por cierto fuera de ella también) son los “hoax”, o “bulos” y las “leyendas urbanas”. Las leyendas urbanas con afirmaciones que todo el mundo da por ciertas pero que no lo son; cosas como que Walt Disney está criogenizado, que la coca cola disuelve los dientes o una moneda en una noche o que el número de personas actualmente vivas supera al de todas las que vivieron anteriormente son comunmente aceptados por todo el mundo… y son falsas. Por su parte, los hoax o bulos son afirmaciones falsas que se distribuyen mediante correo electrónico, con el fin de consumir recursos o a veces de estafar a quienes los leen. Un sitio excelente para valorar este tipo de afirmaciones es snopes. Pueden buscar las tres que he citado antes.
Invito a los lectores a pensar en qué normas darían a un estudiante para ayudarle a valorar la veracidad o falsedad de una afirmación. Ambicioso, ¿verdad? Adelantaré algunas y les invito a completarlas en los comentarios, a ver si entre todos elaboramos una “guía de criterios para evaluar la fiabilidad de un texto”, que por supuesto podrá aplicarse más allá de la Web, incluso a programas políticos :P
Ninguna de ellas es suficiente por sí sola, pero sí que pueden hacer saltar las alarmas para que busquemos en la propia red y valoraremos su posible falsedad.
  • Consistencia interna: ¿es lógicamente solida la afirmación? ¿Parece excesivamente sorprendente? Una leyenda urbana tiene que ser sorprendente para que sea propagada. Si es algo irrelevante a nadie le interesará contarlo, así que suelen ser afirmaciones llamativas. Por eso suelen contener un gancho: algo grave o urgente para incitar al reenvío o a la republicación.
  • Quién lo dice: la reputación del que hace la afirmación no lo es todo, pero si alguien es una autoridad en el campo y podemos comprobar que efectivamente es el autor de la afirmación es más probable que sea verdad.
  • Contraste: hagamos una búsqueda en google y veamos qué sale; habrá bastante gente que propague la información falsa, pero seguramente encontremos información crítica contra la afirmación.
  • Calidad expositiva: hay mentirosos que escriben bien, pero no es frecuente. Una información falsa estará en muchos casos mal expresada, incluso con errores gramaticales y faltas de ortografía.
  • Falta de fuentes: no se citan fuentes o se citan fuentes falsas, ya que obviamente no hay estudios reales que avalen las afirmaciones.
  • Fecha de publicación: al no haber fuentes ni estudios, tampoco hay fecha: eso facilita que la afirmación se perpetúe (lo de la criogenización de Disney se oye hace décadas).
  • Si la propagación es por correo electrónico, suelen contener una petición de reenvío.
Los detractores de la Web, esos políticos analfabetos digitales, deberían saber que lo que la Web nos quita, la Web nos da, y es que en ella disponemos de herramientas potentes que pueden ayudarnos a decidir si podemos fiarnos de una afirmación, cosa de la que carecemos (o al menos llevaría muchísimo tiempo) en medios más tradicionales.
Debemos ir a una sociedad mucho más crítica respecto a las “verdades”, tanto dentro como fuera de la red, y para eso desde nuestros sistemas educativos hay que proporcionar herramientas conceptuales que ayuden a evaluarlas.
La cuestión es si esto interesa a los dirigentes.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/11/2011.