viernes, 27 de septiembre de 2013

Las cuatro feromonas de la humanidad


Esta pregunta se planteaba hace unas semanas en el excelente blog de pseudópodo:¿está funcionando la Web de un modo similar a las feromonas en las hormigas? Eso me hizo reflexionar y concluir que no sólo la Web, sino que toda la actividad humana funciona de modo similar a las feromonas, y que desde este punto de vista podemos expresar la cultura, la ciencia y el progreso tecnológico. Pero empecemos por las hormigas…

Las hormigas son, como todos sabemos, insectos sociales. Sus individuos se coordinan en la realización de diversas tareas, siendo una de las más importantes el forrajeo o la búsqueda de comida. Cuando una hormiga forrajea, va dejando un rastro químico en el suelo que puede ser seguido por otras. Si la hormiga encuentra comida, regresa al hormiguero, de modo que el rastro químico hasta el lugar en que encontró la comida se refuerza, aumentando sus posibilidades de ser seguido por un nuevo individuo. Como suele suceder que donde se encuentra comida suele haber más comida, este simple mecanismo ayuda a que nuevas hormigas lleguen hasta el punto anterior y desde allí continúen el forrajeo.
Está no sólo estudiado, sino incluso simulado en sistemas de Inteligencia Artificial, que este tipo de actividad, ejercido por muchos individuos, conduce a la formación se senderos químicos que sirven como solución óptima o quasi-óptima a un problema. En el caso de las hormigas el problema solucionado es la localización y transporte de la comida hasta el hormiguero.
Los humanos nos parecemos a las hormigas mucho más de lo que estaríamos dispuestos a admitir, así que es muy posible que este tipo de mecanismo exista en nuestra conducta, ¿no creen? Pero en el humano todo son metaniveles. Es como si la evolución (esto tendría que explicarlo nuestro amigo José Zamorano en De lo animal, lo humano y lo divino) hubiera trasladado los mecanismos básicos que rigen la conducta animal a un nuevo nivel. Es decir, estos mecanismos se aplican a condiciones más abstractas que en el caso animal, pero en esencia son los mismos mecanismos. Así, por poner un ejemplo, el humano defiende su territorio igual que la mayoría de los animales, aunque su territorio no sólo es ahora un trozo de tierra (que también, pero mejor no entrar en ese asunto), sino un modo de ver la vida, un estilo musical o un idioma.
¿Y ese tenaz hábito de seguir las feromonas, qué metanivel tiene? Muchos, pero todos giran alrededor del concepto de cultura, tanto en sus facetas útiles (artesanía, ciencia, tecnología) como en las menos útiles (desde la apreciación estética hasta la asistencia a espectáculos deportivos).
Estas meta-feromonas, en el curso de la evolución social, han pasado por varios estadios. La primera y más antigua de las feromonas es el lenguaje. Gracias a la aparición del lenguaje los instintos humanos se desplazan a nuevos niveles de abstracción. Las palabras son las feromonas que permiten a otros humanos seguir el camino hasta el punto del conocimiento en el que otro humano quedó, y a partir de ahí, quizá, explorar un poco más. Con el lenguaje se transmiten inicialmente los mejores procedimientos para la caza, para construir diversos artefactos simples o para cocinar los alimentos, entre otros.
Así pues, las palabras serían las primeras feromonas.
El problema de estas feromonas es que se evaporan al morir el hombre que tenía los conocimientos, y el único modo de mantenerlas es haciéndolas circular de cerebro en cerebro por la tradición oral. Si en un momento determinado no hay ningún cerebro que comprenda una feromona en particular el conocimiento se pierde. Y encima para acceder al conocimiento hay que entrar en contacto con un individuo portador.
Un avance enorme se produce en la humanidad cuando se inventa la escritura: la posibilidad de hacer que las feromonas permanezcan por un espacio temporal mucho más amplio. Aunque no haya nadie capaz de comprender el mensaje, quizá en el futuro aparezca un nuevo cerebro que sí lo haga y avance a partir de ese punto. Sin este avance la ciencia sería imposible. Por tanto la palabra escrita constituye la segunda categoría de feromona humana, que no acaba con el primer tipo, pero potencia sus posibilidades.
Pero el lenguaje, sea oral o escrito, es impreciso. Puede ser ambiguo y se presta a interpretaciones. Exponer rutas complejas para el forrajeo intelectual es lento y farragoso. Así que hace unos segundos, en tiempos evolutivos, aparece el lenguaje matemático, preciso, conciso, potente para describir fenómenos complejos. El lenguaje matemático impulsa el forrajeo hacia nuevos horizontes, e incluso permite la descomposición de un problema en pequeñas partes de modo que muchos cerebros puedan colaborar en encontrar una solución sin que ninguno de ellos la entienda por completo. A su amparo nacen la ciencia y la tecnología. Pensemos en la construcción de un avión, por ejemplo: un equipo de cientos o miles de personas colaboran en el proceso, desde el diseño hasta la construcción y las pruebas, y cada una de ellas tiene una función muy precisa. Un solo hombre sería incapaz de construirlo, igual que una sola hormiga sería incapaz de forrajear.
Y, finalmente, la cuarta feromona. El lenguaje matemático describe muy bien hechos, pero es más limitado para describir procesos. Un proceso se describe mediante un algoritmo, que básicamente explica los pasos que hay que dar para llegar a una solución a un problema. El problema es que hasta mediados del siglo XX los algoritmos se expresaban en lenguaje natural, no había un equivalente a las matemáticas para plasmar con precisión los algoritmos.
Pero hace unos instantes, en tiempos evolutivos, aparecen los lenguajes de programación. Un lenguaje de programación permite expresar un algoritmo no sólo de manera inequívoca, sino de un modo efectivo. Una vez plasmado, ni siquiera hace falta un cerebro humano para seguirlo y por tanto realizar el proceso asociado. Basta con una máquina. Los lenguajes de programación son el cuarto tipo de feromonas.
Los humanos aún somos bastante torpes con este nuevo tipo de feromona, pero estamos haciendo progresos, diseñándolos mejor para que sea más sencillo exponer con ellos lo que queremos describir, para aumentar sus capacidades de actuación en el mundo, para evitar la aparición de errores en lo que queremos expresar, para hacer que el esfuerzo descriptivo sea incremental. Y, sobre todo, para poder resolver problemas cada vez más complejos.
La pregunta que inevitablemente surge es: ¿serán los programas escritos con este cuarto tipo de feromonas capaces de generar sus propios tipos de lenguajes, problemas y soluciones, creando nuevos metaniveles en los que la cultura humana sea una manifestación primitiva, igual que la lucha territorial (por más que en la humanidad también exista, y de qué modo) nos parece primitiva a los humanos?
Se admiten apuestas.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/10/2010.