viernes, 27 de septiembre de 2013

Tecnófobos y Brecha Digital


Todos conocemos a personas que se oponen a la tecnología, bajo diversos tipos de argumento, casi todos variedades de “la tecnología permitirá a otros dominar el mundo porque seremos dependientes de ella y nos tendrán controlados” o “la tecnología acabará con los placeres de la vida, como leer un buen libro”. O incluso “la tecnología acabará con los recursos del planeta”.
Lo curioso de los tecnófobos es que no se oponen a toda tecnología, sino sólo a las nuevas tecnologías de su época, y en general se aferran a la tecnología inmediatamente anterior. Por ejemplo, los mismos que defendían el disco de vinilo frente al Compact Disc en los años 80 probablemente ahora defienden el Compact Disc frente al MP3.
Creo que en muchas ocasiones estos argumentos ocultan un miedo subconsciente a no dar la talla, a no saber utilizar la tecnología en cuestión. En realidad, mientras los gobiernos andan preocupados por la cantidad de líneas ADSL por habitante y la velocidad de las mismas, pocos se preocupan de este otro tipo de brecha digital: el analfabetismo tecnológico voluntario.
Sólo que en la actualidad estos analfabetos no son precisamente defavorecidos sociales, personas de clase social baja o sin acceso a la educación, sino en muchos casos personas cultas, con educación superior y alto poder adquisitivo. ¡Y ni siquiera ideológicamente conservadoras!
De algún modo estas personas se autoexcluyen de su propia sociedad refugiándose en tecnologías del pasado. ¿Cómo hacer para abordar este analfabetismo? Problema complejo, porque el primer paso tiene que proceder de ellos mismos. Es imposible enseñar a leer a quien no sólo no lo desea, sino que además elabora argumentos profundos para demostrar que no es necesario.
¿Fue Platón uno de estos tecnófobos? En Fedro, Platón critica la escritura, un «nuevo invento que conlleva la pérdida de la presencia del autor de unas palabras que, por tal ausencia, ¿podían mantenerse vivas y no perder la riqueza comunicativa original?» [1]
La aparición de la imprenta en el siglo XV (aunque hay trabajos anteriores) también tuvo sus detractores, que básicamente argumentaban «que el material cultural que componían los textos existentes no debía ser expuesto a la mirada profanadora del público», y entendían que «la obligación de los adoradores del legado cultural era mantenerlo alejado del vulgo» [2].
Evidentemente la imprenta debió tener muchos detractores entre los escribas, ya que perdieron su función social, y peor hubiera sido si hubieran tenido que cambiar su modo de vida, como sucede ahora a las discográficas.
E incluso provocó nuevos problemas, como el bien conocido caso de Alonso Quijano, que perdió el seso por el exceso de lectura (de libros malos, claro), o la actual dominación del mundo por la prensa escrita, o la diezma de bosques para conseguir papel en el que imprimir, o la pérdida del placer del tacto del pergamino y las hermosas mayúsculas de los monjes.
Luego llegó la máquina de escribir –ese artilugio infernal–, después el ordenador, y ahora el libro electrónico. Y con ello nuevas oposiciones y extravagantes argumentos.
Existe el mito de que una tecnología sustituye a la anterior, pero esto no es siempre así. Que yo sepa, siguen existiendo los caballos y las bicicletas, si bien es cierto que el coche es el medio preferido por muchos humanos. El disco de vinilo (y sus derivados) no acabaron con los conciertos. El libro electrónico no acabará con el papel, igual que el libro impreso no ha acabado con los textos manuscritos, pero lo convertirá en un artículo de lujo.
Esta es la milonga que escribió Evaristo Barrios sobre las impresiones de un hombre de campo la primera vez que ve un automóvil:
Inteligente pueblero
un carretón ha inventao
que ni Mandinga ha soñao
tan de lejos fuerte y fiero.
Pudiera ser tan mañero,
rezongar, y si en la huella
alguno quiere hacer mella
y se asusta, ¡póbrecito!
No se salva ni el bendito
si el carretón lo atropella.
Según me han anoticiao
este carro de latón
lleva dentro de un cajón
caballos amontonaos.
Estos, que son manejaos
por el que llaman “chofér”,
hombre de mucho saber
que prendido a una ruedita
los asujeta, los grita
y hasta los hace correr.
Y naide se crea que es broma
si están tan bien enseñaos
los caballos encerraos
que ni siquiera se asoman.
Llevan una ruea e goma
y en ella aire han metío,
aire que se ha endurecío
por estar tan apretao.
¡La puta qué habrá soplao
el que meterlo ha podío!
Pa decirle a uno que siga
o pa que se haga un costao
el manejante sentao
va apretando una vejiga
Y es mejor que no les diga,
por no pasar de atrevido,
a qué se parece el ruido
que salia del aparato:
¡se iban a reir un buen rato
si les digo el parecido!
Me quedé haciendo la cruz
cuando lo he visto correr
anda más, a mi entender,
que un venao o un avestruz.
De noche lleva una luz
prendida a cada costado
y así el camino alumbrado
queda clarito, clarito,
donde dispara el maldito
como si fuera asustado.
Desde luego, los usos dañinos de la tecnología han coexistido siempre con sus usos beneficiosos. Tecnologías más avanzadas conllevan mayores beneficios, pero también mayores riesgos. Cuando aparecieron los utensilios de hierro se mejoró la agricultura y la artesanía, pero también la guerra. Como dijo Benjamin Parkerun gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Y en ello estamos, aunque algunos se queden autoexcluidos.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/6/2008.


[1] Joaquín Mª Aguirre Romero. Ciencia, Humanismo, Humanidades y Tecnología – La tecnología al servicio de la Humanidades
[2] Marta Graupera Sanz. Metamorfosis de los rostros del riesgo: Hipertexto y edición en la ‘cultura digital’