viernes, 27 de septiembre de 2013

Transhumanismo


Según la Wikipedia, el transhumanismo es «un movimiento internacional, tanto cultural como intelectual, que defiende el uso de la tecnología para mejorar las características y capacidades mentales y físicas del ser humano».
En esencia, se trata de desarrollar dispositivos tecnológicos o modificaciones biológicas que potencien nuestras capacidades tanto físicas como mentales.
Realmente eso no es tan nuevo ni futurista. En el ámbito físico, utilizamos automóviles para desplazarnos a velocidades muchísimo mayores de las que genéticamente nos corresponden; empleamos medicamentos y cirugía que nos alargan la vida, e incluso algo tan cotidiano y simple como unas gafas evitan que seamos inútiles prematuros. En el ámbito mental, los teléfonos móviles hacen posible la comunicación “casi telepática” entre personas, y diferentes modos de computación amplían nuestra inteligencia, nuestra capacidad memorística y facilitan las relaciones humanas en general.
El siguiente paso, sin embargo, habrá de llevar a la integración de esos dispositivos y medios en los propios humanos. Hasta ahora –exceptuando prótesis y similares– las mejoras se siguen percibiendo como algo externo y accesorio. Un automóvil es una máquina, no es parte de nosotros. Unas gafas son un objeto que uno puede perder (quizá con más frecuencia de la deseada). Pero ¿qué hay de las lentillas? ¿Y de las operaciones para suprimir la miopía? Gradualmente están más próximas a la modificación del propio ser. Hemos pasado de utilizar la máquina a llevarla encima. Y este cambio es significativo.
Los transhumanistas no sólo piensan que el cambio es inevitable, sino que además será, en general, positivo. Y la siguiente fase será la de los implantes. También en la actualidad existen implantes asociados a la resolución de problemas médicos, empezando por algo tan habitual como una muela perdida. En sí, un implante bucal no es más que un objeto no biológico insertado dentro de un humano, y este tipo de actuaciones también se viene practicando hace tiempo en traumatología. Incluso un marcapasos no deja de ser un implante. Pero hay implantes mucho más futuristas, por ejemplo, el ojo biónico implantado a un paciente británico. ¿Dónde debería estar la frontera? ¿Debe haber frontera? A día de hoy, el debate se centra en el uso no médico de los implantes.
Pero se quiera o no siempre habrá personas dispuestas a implantarse dispositivos, de modo legal, alegal e incluso ilegal. Como ejemplos, el profesor Kevin Warwick, o como él mismo se denomina Warmick 2.0, se implantó en 1998 un chip RFID (identificación por radiofrecuencia) con la intención de que, al ser detectado, se habilitara su acceso al despacho o se encendieran las luces. En 2002 se implantó un interfaz entre su sistema nervioso y un ordenador con la intención de controlar un brazo robótico, y su objetivo para dentro de unos 10 años es implantar un chip directamente en su cerebro, que controle objetos conectados a su sistema nervioso. El documentalista canadiense Rob Spencer se ha hecho implantar una cámara en la cavidad ocular de un ojo que perdió de niño al estilo de “el hombre terminal” –película de Truffaut basada en un libro de Michael Crichton– que le permitirá grabar todo lo que vea.
Marvin Minsky propone el siguiente experimento mental: supongamos que creamos un artefacto tecnológico, basado en el silicio, capaz de comportarse como una neurona biológica. Esto, que no parece complicado de hacer en un futuro próximo, permitiría sustituir una de nuestras neuronas por tal dispositivo. Después del cambio parece lógico pensar que nuestro cerebro seguiría “pensando” igual, y que nuestra consciencia no se vería alterada. Cambiemos después otra neurona, y luego otra. Y otra. Al final tendríamos un cerebro enteramente artificial, pero que seguiría siendo “uno mismo”. Pero sería reparable: viviría siempre.
Hasta ahora hemos hablado de mejoras en forma de aparatos que se insertan en los tejidos, pero también son posibles las mejoras biológicas. Un forma de mejora biológica es el reemplazo de un órgano defectuoso por uno nuevo –los transplantes–, bien sea de una persona donante o seguramente en el futuro próximo construyendo un nuevo órgano a partir del material genético del paciente.
Pero esto no es propiamente una mejora. Para mejorar a los humanos deberían crearse nuevas funciones o modificar las actuales, cosa que pasa por la alteración genética de los humanos, lo que claramente produce mayores controversias y problemas éticos.
Una de las mejoras más soñadas por los humanos es la inmortalidad, o al menos la prolongación de la vida y la ralentización del envejecimiento. Hay experimentos que avalan esta posibilidad, como los realizados por Stephen Helfand y Nicola Neretti, que consiguieron alargar la vida de la mosca de la fruta un 50%.
Experimentos como éste demuestran que es posible la modificación genética de los organismos para mejorar sus características particulares, pero ¿qué peligros encierra la modificación de nuestros genes? ¿Debe prohibirse? ¿Debe garantizarse para toda la población independientemente de sus recursos económicos? Muchos escritores de ciencia ficción han explorado estos escenarios, a veces creando utopías, a veces distopías. Los transhumanistas defienden abiertamente que la propia modificación no sólo debe permitirse, sino impulsarse, para llevar a la humanidad a un nuevo estadio evolutivo. Si la modificación, además, afecta a células embrionarias, nuestros hijos heredarían los cambios. Lo inquietante es que es posible hacerlo. Y si es posible, ¿realmente podrá impedirse que se haga por mucho que se legisle?
A pesar del debate ético y filosófico y de las dificultades técnicas, si alguien –aunque fuera un querubín– nos ofreciera un método seguro y probado para volver a los diecicisiete, ¿quién se negaría?
Volver a los diecisiete, por Violeta Parra

Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/11/2009.