viernes, 27 de septiembre de 2013

Subcutaneum


Creo que ese día él comprendió –mientras me inyectaba la morfina que me ayudaría en el tránsito por el Aqueronte– la verdadera materia que conforma la realidad. No la realidad física, el noúmeno, sino la realidad humana, que es mucho menos, ya que nunca alcanzará a comprender la totalidad de la realidad física, y mucho más, porque es capaz de hilvanar realidades inexistentes desde el punto de vista material.
Comprendió la distancia infinita que separa las mentes, tanta como la distancia infinita que separa dos universos cuánticos, la imposibilidad de interpretar una mente con otra mente. Y comprendió la pena que yo tuve, treinta años atrás, al inyectar por primera vez insulina a ese niño asustado de su nueva dependencia.
Niño que imaginaba nítidamente, como puede volver a hacerlo ahora, una maquinita como un brazalete negro, con dos botones pequeños, uno verde y otro rojo, que automatizaban el proceso. Curiosa máquina que nunca existió ni existirá, al menos en la realidad material. Pero esa maquinita inventada le hacía más atractiva, casi ilusionante, su nueva condición.
Y ahora él me inyecta morfina con cuidado, como si importara el daño que la aguja pudiera hacerme, y me devuelve tantos años de inyecciones subcutáneas, entre el sueño y la vigilia, y creo que eso nos reconcilia de un modo lateral pero verdadero, más allá de la incomprensión intelectual, del enorme vacío de lo explicable.
24 de diciembre. Curioso día para conocer a Caronte. No hubo enfermeras para ayudarme a pasar, así que lo hizo él. Y cumplió bien con su tarea, me llevó a la paz, borró la memoria. Me devolvió el favor.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/12/2009.