viernes, 27 de septiembre de 2013

¿Innovar o imitar?

Es un tema del que ya hemos hablado en esta sección, pero que merece la pena analizar desde otro punto de vista. Nos planteábamos entonces por qué al ser humano le costaba tanto innovar y tan poco imitar, como si evolutivamente estuviéramos más preparados para lo segundo que para lo primero. Pero hoy nos plantearemos una nueva pregunta: ¿vale la pena innovar? ¿No será que la inversión en innovación no recompensa suficientemente el esfuerzo? ¿Será por eso que tantos imitan?

Toda innovación necesita detrás un ejército de imitadores que la mejoren y evolucionen, y rara vez el producto inicial, el original, es el que triunfa en el mercado. Adelantarse a su tiempo no siempre es buena cosa: algunas marcas de automóviles ya tienen a la venta coches híbridos, pero ¿quién los compra? Seguramente en el futuro se vendan coches híbridos de otras marcas tanto o más que de las que pusieron los primeros modelos en el mercado, o incluso surja una nueva tecnología y todo el esfuerzo invertido en desarrollar los coches híbridos haya sido en vano. El primer navegador web, el WorldWideWeb ni siquiera fue conocido a nivel popular. El mítico Mosaic desapareció hace tiempo, y en el mercado triunfan navegadores que simplemente evolucionaron la idea original. Muchos productos fracasan en el mercado simplemente porque se adelantan a su época (Napster se me viene a la memoria, en un momento –casi diez años después– en el que barre spotify).
La Computación Evolutiva es una rama de la Inteligencia Artificial que imita el funcionamiento de la selección natural para resolver problemas, codificando la información en forma de cromosomas artificiales. En ella se definen (entre otros) los operadores de mutación y recombinación. El operador mutación altera aleatoriamente ciertos genes para producir información nueva, es decir, innovación, mientras que el operador recombinación corta y pega fragmentos de cromosomas para reutilizar la información de los individuos “padres”, es decir, copia.
Aunque mucho se ha debatido sobre cuál de las dos facetas es más importante, tanto en Computación Evolutiva como en Genética, parece claro que hacen falta las dos. Aunque no hay acuerdo sobre esto, hay teorías que defienden que el origen de las especies podría tener más que ver con macro-mutaciones que creasen monstruos con esperanza y la adaptación al medio tendría más que ver con la recombinación.
Pero la copia literal no aporta nada; mientras que la evolución de una idea, que implica diminutas innovaciones, a veces integrando ideas de varias fuentes, mejora los productos.
En este orden de cosas, las patentes protegen la innovación, pero frenan la imitación, así que la evolución se resiente. Un mercado abierto, sin patentes, protege la imitación, pero frena la innovación, porque la inversión en innovación no compensa. En el contexto del software tenemos alternativas que intentan preservar ambas cosas. Por ejemplo, el software libre potencia la imitación, pero sin renunciar a la innovación ya que todo derivado de un programa libre debe ser necesariamente libre, así que el autor inicial al menos recibe el resultado de la mejora. No es que sea mucho, pero menos da una piedra.
¿Qué pasa con la cultura? La propiedad intelectual tradicional equivale a las patentes: potencia la innovación y bloquea la evolución. La respuesta flexible y adecuada a nuestro tiempo son las licencias Creative Commons, que son permisivas con la evolución respetando la autoría primera. Ya existen iniciativas que permiten la evolución colaborativa de un contenido cultural de diversos tipos, en las que los autores van modificando las obras hasta llegar a resultados imprevisibles. Bien, eso es la Wikipedia.
El futuro es evolutivo.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/2/2009.